viernes, 9 de octubre de 2009

Comienzo del cuento con el título: La Muerte De Gregorio

LA MUERTE DE GREGORIO

Gregorio, un agradable anciano que conservaba el buen humor de su vida como humorista, vivía, ya jubilado, en una casa de planta baja al lado de un parque, y su única ocupación era el cuidado de su nieta, Lucia. Sus padres estaban de gira, ya que los dos eran humoristas, como su abuelo, y se habían conocido en una de sus actuaciones. Estas giras daban mucho tiempo a Gregorio para disfrutar de su nieta, que aun era un bebé, muy graciosa por cierto, ya que había salido con el humor de sus padres y su abuelo. Pasaban en el parque de al lado de la casa muchas horas, donde Gregorio y Lucia paseaban, jugaban y disfrutaban de la tranquilidad que les proporcionaban la vista de los árboles y las farolas, que se encendían al anochecer y que proporcionaban unas vistas únicas.
Una mañana, Gregorio se encontraba cambiando a Lucia, cuando oyó el timbre de la puerta. Fue hacia ella y lo único que respondió a sus preguntas de -“¿Quién es?”- fue un corretear y una serie de ladridos y risas alejándose. Se asomo a la ventana para ver si podía ver quien había llamado, y cuando lo vio, en él, se dibujo una sonrisa. Adentrándose en el parque, corriendo, se encontraba Fran con su perro, llamado Bruno. Gregorio no era el típico anciano que cuando le gastaban una de esas bromeas se cabreaba y se ponía a gritar, en cambio se las tomaba muy bien y se reía, incluso. Además a Fran lo conocía bastante bien, ya que era su vecino y sus padres le habían pedido que cuidase de él cuando este tenia, mas o menos, la edad que tenia Lucia ahora.
A Fran le gustaban mucho las bromas, podría decirse que era algo macarrilla, ya que tenía a todos los del barrio siempre alterados, a todos, menos a Gregorio que se lo pasaba muy bien siendo la victima de sus inocentes bromas.
Después de terminar de cambiar a Lucia, de darle el desayuno y de desayunar él se fueron a su rutinario paseo por el parque, el día era bonito, no había ni una sola nube y prometía una estancia agradable estando debajo de las sombra de los árboles. Tras un rato caminando por los senderos del parque, Gregorio llego al banco que estaba al lado de la farola donde siempre se sentaba. Se sentó y cogió entre sus brazos a Lucia. A lo lejos, dentro del parque estaba Fran jugando con Bruno a tirarle el palo y a que este se lo trajera. Gregorio volvió a sonreír y se puso a jugar con Lucia.
Al rato de estar jugando apareció una suave brisa que hizo caer algunas gotas de agua que por la humedad se habían posado en las hojas de los árboles y en las farolas la noche anterior. Esto no preocupaba a Gregorio, ya que eran unas gotas muy pequeñas, lo suficientemente pequeñas para que Gregorio no pudiera darse cuenta de que una de estas tenía en su interior una cara. En cuanto la gota con la cara rozo la frente de Lucia está desapareció de los brazos de su abuelo. El susto de Gregorio fue muy fuerte al ver que su nieta se había esfumado y pasaron unos largos y angustiosos minutos hasta darse cuenta de que justo en el lugar donde hasta hace nada había estado su nieta, había aparecido una nota doblada. Cuando se dio cuenta, la cogió y se dispuso a leerla:
-Hola soy Gaspar, el fantasma que vive en el mundo del espejo, tu nieta se encuentra conmigo, en mi mundo y para encontrarla deberás encontrar el espejo que da nombre a mi mundo, atravesarlo y luego encontrarme. Y te advierto, conserva tu buen humor pues esto es una prueba, deberás estar de buen humor para poder pasar através del espejo y dar con mi mundo. Para ponértelo mas difícil desde ahora y hasta que encuentres a Lucia te he puesto su lazo rosa en la cabeza, el cual no te podrás quitar aunque lo intentes. Y para que veas que soy generoso te daré una pista para que encuentres el espejo:
¡Sigue los ladridos del perro!
Al terminar de leer la nota se llevo la mano a la cabeza y era verdad, el lazo de su nieta se encontraba allí. En ese momento empezó a darse cuenta de lo que pasaba, le habían quitado a su nieta, y a notar que su felicidad desaparecía y se preguntaba: “¿Por qué? ¿Que he hecho yo?”; y el agradable anciano Gregorio, se notaba moribundo, moribundo de esperanzas, moribunda su alegría y la muerte del alegre Gregorio llego cuando en él despertó la ira.

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